El hombre de las langostas
Estaba sentado con la quietud de una estatua, perfectamente recto a pesar de su edad, y con la mirada extrañamente fija sobre la pecera del restaurante; parecía absorto en el lento y a veces torpe nadar de las langostas, impedidas entre las rocas artificiales y el tamaño de sus pinzas, ejecutando danzas invisibles alrededor de sí mismas, todo ello contemplaba el hombre aún si de cuando en cuando una de ellas era sacada sin mayor miramiento para ser llevada a la cocina a un destino más que cierto, sólo entonces el anciano desviaba la vista hacia la pared o bajaba la cabeza hacia el plato. Es este gesto el que me hizo pensar en mi padre, este bajar lento de la mirada, como una larga sucesión de derrotas acumuladas, reprimidas y luego expresadas por un instante, un vistazo hacia el saldo total de una vida, y como el anciano estaba solo y yo también, y como él miraba las langostas, yo había decidido mirarlo a él. Lo atendió un garçon más bien agitado y de maneras toscas co